Fueron solo unas gotas de paz las que aportamos…

Historia por: Dominique Gross

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Spain 🇪🇸

El equipo médico me pidió atender a Aura, una adolescente con síndrome de Asperger, muy inteligente y afectada de un cáncer terminal, y a su madre. Ambas estaban sufriendo.

En la 1era visita que hice a su casa, sólo hablé con la madre. Ella estaba muy angustiada porque su hija se estaba muriendo, y no sabía cómo hablarlo con ella.

La madre temía que su hija, al morir, se quedase sola en la oscuridad, abandonada y perdida.

La madre es creyente, y rezaba a Dios, pero no encontraba la fuerza para seguir pidiéndole… Quería tener al menos la seguridad de que su hija, una vez fallecida, estaría bien, que estaría en un lugar bueno, acogedor, acompañada, que estaría con Dios.

Y la madre también transmitía, “Quiero oír a Dios”, “Quiero escuchar su voz, saber que me habla”.

Entre otras muchas cosas, hablamos de las Experiencias Cercanas a la Muerte -ECM- y de los cientos de testimonios de personas que las han vivido. La inmensa mayoría de ell@s hablan de paz, de presencias de seres queridos ya fallecidos, de conexión y de gozo.

Y también de cómo acompañar a un ser querido, mientras sigue viviendo, hasta el último aliento de esta vida, y de estar con ella cuando esté en esa otra nueva vida que no alcanzamos a entender muy bien.

En los días siguientes, le envíe la referencia de “Rezando voy”, https://www.rezandovoy.org, una web y una app promovida por los Jesuitas que recoge -en versión podcast- las lecturas del día, propone canciones y meditaciones, y ofrece algunos textos y reflexiones.

Para la madre supuso todo un descubrimiento, y ella transmitió al equipo que, por fin, estaba escuchando a Dios ¡y lo hacía a diario!

En la 2ª visita que hice, estaban la madre y la hija, y en un momento de gran intimidad compartieron lo que eran y sentían la una para la otra: la unión, la necesidad de estar juntas, el miedo a no poder vivir una sin la otra, la preocupación por lo que le sucederá a la otra cuando una ya no esté…

Fue un encuentro de una belleza extraordinaria, para decir y acoger, para sentir y expresar, para llorar y también para reír.

A los 5 días falleció Aura en su casa, acompañada por el equipo médico.

A la mañana siguiente, su madre me llamó para decirme que Aura murió el día anterior por la tarde, que pudo estar con ella y acompañarla.

Me compartió que en la última hora la cara de su hija era de sufrimiento -el tumor le producía dolor-, y ella la tenía en sus brazos.

Y de repente, vio dibujarse en la cara de su hija una sonrisa como nunca la había visto sonreír, una expresión de felicidad plena y, la madre me dijo, “supe que Aura estaba con Dios, supe que estaba viendo a Dios, y que estaba bien”.

Y por supuesto la madre me lo contó entre llantos, expresando su dolor por la muerte de su hija, pero también con la certeza plena de que su hija estaba en el mejor de los lugares posibles, feliz y con Dios. Y la madre sentía paz.

A menudo lo que aportamos, l@s que acompañamos a pacientes y familiares en el tránsito de la muerte, es muy pequeño, apenas una gota de paz en un desierto de dolor y de sufrimiento.

Pero esos gestos, esas palabras o esas sonrisas, esas gotas de agua tan insignificantes en el inmenso desierto de la pena son los que contribuyen duda a que los familiares, una vez vivido y situado su duelo, puedan seguir con su vida no a pesar de lo vivido, sino con todo lo que han vivido.

¡Gracias por las gotas de paz que aportamos entre tod@s!