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Innovar y romper paradigmas

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Innovar y romper paradigmas: el camino hacia una educación transformadora.

Abril 2018

Por María Mérola (Directora de Niñez y Juventud, Ashoka Argentina) y Helena Singer (Vice Presidenta, Ashoka América Latina)

La educación formal tal como la conocemos tiene los días contados: un sistema que ha sido exitoso en lograr la cobertura casi universal, pero extremadamente centralizado, jerarquizado, departamentalizado y orientado hacia la reproducción de conocimientos simples y habilidades instrumentales, por parte de estudiantes individuales. Una serie de instituciones relativamente cerradas en sí mismas, con recursos siempre insuficientes, en contacto limitado entre sí y con su propio entorno. ¿Cómo sobrevive este sistema en una época caracterizada por la colaboración y la horizontalidad crecientes, el trabajo en redes, con plataformas y canales de distribución que posibilitan el trabajo colaborativo y creativo de miles de personas a la vez? Reconocer el momento histórico en el que vivimos es la base para que podamos proyectar el sistema educativo que necesitamos, acorde a los desafíos que plantea el presente. Por esta razón, los debates sobre la innovación en la educación están dejando los espacios alternativos para entrar en las agendas de gobiernos, organismos internacionales, universidades, empresas, redes, en todo el mundo.

La puesta en agenda de la innovación en el campo de la educación nos da la oportunidad única de empezar a conocer y visibilizar experiencias educativas individuales, que ya están recorriendo este camino de equipar a los niños y jóvenes con las habilidades que el mundo de hoy demanda y seguirá demandando de manera creciente: habilidades como la empatía, el trabajo en equipo, la creatividad, el liderazgo circular, la capacidad de emprender y de transformar el entorno. El valor de conocer a fondo las experiencias educativas innovadoras no es, como muchas veces suele entenderse, el de generar modelos listos o “enlatados” que puedan replicarse en el sistema educativo a gran escala. Su relevancia está en el hecho de que crean nuevos conceptos, procesos, estructuras y metodologías, que pueden señalar los cambios necesarios en los diversos elementos que constituyen al complejo ecosistema de la educación.

En la Argentina, la Escuela Primaria nro 6362 “San José de Calasanz”, en la localidad de San Jorge, Santa Fe, las jornadas comienzan con una maravillosa ronda de inicio, donde los chicos comparten unos minutos de silencio, seguidos por algunas intervenciones de aquellos estudiantes que quieren compartir cómo se sienten, o algo que les ha pasado recientemente. Este sistema se repite en cada una de las aulas, donde la ronda da comienzo a cada jornada y muchas veces se utiliza como dispositivo para compartir la clase del día. Los bajos niveles de conflictividad y violencia en la escuela han hecho que pasara de ser una escuela relegada en su localidad, a convertirse en una referencia y foco de aprendizaje para otras escuelas de la zona que quieren mejorar su convivencia. Pero en el centro de esta experiencia casi trivial está la oportunidad que tiene cada niño de entrenar la empatía consigo mismo y con su entorno.

En el Circo del Sur, co-fundado por la emprendedora social Mariana Rufolo en 2002, cientos de adolescentes entrenan las habilidades más importantes en la educación a través de un dispositivo improbable: clases de circo. A partir de su experiencia como artista de circo, Mariana sabía que la empatía, la creatividad, el trabajo en equipo y la resiliencia son herramientas cotidianas e indispensables en la práctica de circo. Es así como creó un programa que forma a jóvenes de contextos vulnerables en estas habilidades esenciales a través del circo y los acompaña en la transición al mundo del trabajo. El programa ha sido replicado en países de toda América Latina y cuenta con experiencias muy exitosas de integración — también — con escuelas.

Entre las escuelas de la región, también ganan cada vez más espacio nuevas propuestas pedagógicas. En la Escuela Estatal Alan Pinho Tabosa en la ciudad de Pentecostés en Ceará, Brasil, no hay clases tradicionales como las conocemos. Los estudiantes bajo orientación de los profesores se organizan en células de aprendizaje y se ayudan entre sí para resolver problemas y alcanzar metas colectivas. De esta forma, empiezan desde adolescentes a reconocer sus propias capacidades para pensar críticamente, trabajar en equipos y generar acciones para el bien común. Se ven a sí mismos como agentes de cambio. En la escuela.

Así es como podemos ver que variables como los recursos humanos, físicos y financieros con los que cuenta cada escuela son importantes, pero no determinantes: escuelas con presupuestos por estudiante muy diversos entre sí, con disponibilidad o no de recursos tecnológicos, de infraestructura o de docentes en la cantidad adecuada logran educar agentes de cambio para el bien común. Lo logran reconociéndose como centros locales de producción y de cultura, reinventando las estructuras, los procesos y las metodologías, independientemente de los recursos materiales a su disposición. Por supuesto, el contar con los recursos necesarios es un derecho y una necesidad urgente de muchísimos establecimientos educativos de nuestro país, pero esto no es todo. El desafío de cada equipo directivo es poder mirar más allá e identificar los elementos únicos a su disposición para implementar entornos de educación transformadora, que acompañen a los estudiantes a descubrir y desarrollar las habilidades que su propio entorno y un mundo cambiante y dinámico demandan de ellos.

Al mismo tiempo, se hace cada vez más evidente la necesidad de crear nuevos indicadores de calidad de la educación, que no puede reducirse al desempeño académico de los estudiantes. Datos como el acceso, participación, disponibilidad de recursos de varios tipos son clave para evaluar la calidad educativa. Pero no se trata solo de eso: necesitamos saber si los niños y adolescentes en nuestras escuelas están aprendiendo a ser agentes de transformación social.

Estamos frente a una nueva brecha educativa, que no solo divide en función de las desigualdades económicas y geográficas que ya conocemos, sino que nos muestra una nueva diferencia cada vez más pronunciada y silenciosa. De un lado, están aquellos niños y jóvenes que están desarrollando las habilidades para ser agentes de cambio y enfrentar los desafíos del mundo de hoy y, del otro lado, la enorme mayoría de estudiantes que no tienen esta oportunidad, y siguen preparándose para un mundo que ya no existe ni volverá. Esta es la nueva desigualdad educativa, y está en nuestras manos no ignorarla, hacerla cada vez más visible para que tienda a desaparecer.

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